La cultura está formada por las creencias que tenemos, las historias que contamos, las cosas que sabemos, el idioma que hablamos, las fiestas que celebramos, como también por aquellas plantas y animales que cultivamos y criamos y cómo nos los comemos. Sentir que pertenecemos al mundo que nos rodea, a sus montañas, lagunas y bosques según donde vivamos. Sentimos y pensamos que formamos un mismo mundo con las plantas que se cultivan como con aquellas que viven en el monte, con los animales que
se crían y aquellos que se mantienen salvajes. Estas sensaciones y sentimientos registrados en las mentes de las personas en comunidad crean historias, cuentos, ritos, mitos y leyendas como medios para compartir colectivamente creencias para creer y actuar, que se convierten en estilos o formas de hacer las cosas que al repetirlas por mucho tiempo y generaciones se convierten en tradiciones, conocimiento o cultura de la Comunidad, ante lo cual relacionamos y comparamos cada una de las experiencias de nuestra vida cotidiana para poder entenderlas, darles sentido y significación lo que nos habilita para decidir. Nuestras creencias o cultura nos impide actuar automáticamente y nos ubica en condiciones de comportarnos de determinada manera bajo determinadas circunstancias.
Una leyenda de los páramos de Pacaipampa en los andes de Piura del norte peruano, narra que entre la numerosas lagunas de estos parajes, hay una cuyas plantas medicinales son las más diversas y mejores en sus propiedades curativas, porque esta laguna fue escogida por el inca para bañarse y descansar en una silla que los cerros había hecho en el centro de la laguna para él. Por ello, hasta hoy le llaman la Laguna del Inca y en ella debe estar lo mejor. El hecho concreto es que los hombres y mujeres de estas regiones identifican a esta laguna como un centro especial de biodiversidad y lo protegen por el respeto que les evoca que este haya sido un sito de encuentro de sus divinidades y personajes venerables antepasados; lo que conlleva al comportamiento práctico de su conservación y uso racional.
En la historia del mundo andino que comparten Colombia, Ecuador y Perú las culturas ubicadas en cada uno de sus diferentes pisos ecológicos debieron reaccionar de manera particular a los cambios climáticos generales, ensayando diferentes formas de adaptación, diferentes formas de resolver la existencia; y la más importante ha sido la domesticación que requirió como ventaja natural, una importante biodiversidad disponible entre la cual encontrarían aquella con capacidad de ser domesticada. La domesticación no es un proceso simple ya que exige una organización social determinada para el cuidado y mantenimiento del cultivo, y un cuerpo de conocimientos sobre los cultígenos disponibles (plantas domesticables), su ciclo de vida, forma de reproducción, tipo de suelos, instrumentos básicos y manejo y control del fuego. Por ello, la alianza más exitosa entre cultura y biodiversidad es lo que llamamos: agricultura.
El rol crucial de la mujer en la invención de la agricultura, selección y mantenimiento de semillas ha sido fundamental en la conservación de la agrobiodiversidad como riqueza actual y futura, base sobre la cual depende la adaptación al cambio climático en el aspecto más elemental de la humanidad: alimentos.
Don Agripino Gómez y Liliana Gómez que viven en el páramo del distrito de Frías, en Ayabaca-Piura, con sus familias poseen el importante conocimiento de cultivar gran variedad de papas. Ante los cambios climáticos que amenazan la existencia de lo que hoy se tiene, ellos y otras familias andinas, por iniciativa propia, mantienen la reserva de genética para nuevas variedades de papa que respondan a la demanda de adaptación. Lo hacen a través de sus bancos de conservación y de sus tecnologías de manejo, sin financiamientos estatales ni extranjeros, y sin certificaciones académicas ni publicaciones internacionales. Conservan papas nativas resistentes al calor y al frío extremo, a enfermedades y plagas, de crecimiento rápido y lento, de altos contenidos de materia seca y antioxidantes.
En este mundo cambiante, surgen también nuevas necesidades y ambiciones. Antes no se reconocía el valor de los cultivos nativos andinos; pero ahora una nueva industria los necesita: la biotecnología. Necesita a las plantas y especialmente a lo que se sabe de ellas, tanto de las cultivadas como las del monte. A partir de ello, producen semillas y sustancias potenciadas que venden a gran valor. Entonces emerge la siguiente cuestión: ¿Quién es el dueño de esta riqueza?¿Pueden las grandes empresas llevarse las semillas y conocimientos tradicionales de ellas para ganar millones sin retribuir nada a las familias campesinas? Deben generarse nuevas leyes. Leyes que valoren y señalen a las culturas dueñas del esfuerzo intelectual de conservar la biodiversidad que es un conocimiento propio y vale mucho.