Todo está podrido, es la sentencia de miles de peruanos al referirse a la política peruana. Y quizá no dejan de tener razón, pues en estos últimos años estamos batiendo record mundial con un ex presidente condenado, otros con orden de captura e investigados por corrupción, alcaldes y líderes políticos detenidos. El corolario de todo lo tiene aquel que fuera dos veces presidente y que, como muchos sospechamos, por temor a enfrentar la justicia se quitó la vida en un acto digno de un cobarde. Por otro lado, no hay semana que los diversos portales periodísticos no dejen de revelarnos el caso de un nuevo congresista, alcalde o funcionario coimeando y encubriendo la corrupción. Un panorama así, es desalentador para cualquiera y ha llevado a medir con el mismo barómetro corrupto a todo el que entra a la praxis política en el país. Nadie cree, nadie se salva, porque ahora ni siquiera el “no importa que robe pero que haga obras” es aplicable al político. Todo está jodido.
Sin embargo, en medio de tanta penumbra tenemos el deber político, ético y moral de encontrar alguna luz, una salida que evite la anarquía que muy tenuemente se va forjando en el colectivo peruano; no es gratuito que aumenten las voces a favor de la disolución del congreso, de la pena de muerte para corruptos, para ladrones y violadores. Así mismo, si no encontramos luz en medio de esta terrible oscuridad política en la que está sumido el país, es seguro que aparecerán propuestas extremas que de manera muy discreta irán legitimándose cuando en realidad y de eso estoy seguro, ni la mano blanda y ni la mano dura de nuevos políticos salvarán al país. Por el contrario, apuesto por la convicción ciudadana fundamentada en la educación e información, la participación y organización, junto a la consolidación de agrupaciones políticas con sólidos principios ideológicos y adecuados mecanismos que aseguren partidarios honestos, así como la respectiva sanción a quienes traicionen los más altos valores partidarios. Es decir, una reforma estatal y política dentro de un marco democrático que no implique detener el país, sus políticas y proyectos.
Por otro lado, en medio de este lodazal, hay algunos que se han empeñado en limpiarlo. A ellos es a quienes debemos apoyar y cuidar pues la corrupción no sólo favorece a tal o cual presidente, sino que es una red casi invisible que beneficia a muchos y por eso callan. Con la corrupción muchos han ganado y tratarán, con uñas y dientes, de frenar o eliminar a quien trate de parar tan enorme ola corrupta. Aquí viene a mi memoria las palabras de un chofer que, agriamente, reconocía haber sido testigo ocular de algunas coimas pero que no decía nada por temor a perder su chambita. Así es la corrupción, un monstruo enorme que no es fácil derrotar y de la que no estamos libres, ni siquiera quienes desde la otra orilla gritamos y exigimos transparencia y justicia. Por ello, tenemos que ser incondicionales con aquellos que la están enfrentando, pues tan grande mal endémico que anida en la política peruana necesita de la convicción y fuerza de estos jueces y fiscales, como de nuestro apoyo para que los hinoztrozas y los chávarris no les hagan perder la batalla.
Así mismo, quiero hacer hincapié en el hecho de que nadie está libre de ser corrupto. Esto lo comprobé en varias oportunidades cuando analizábamos este tema con dirigentes comunales y les propuse, a modo de ejemplo, de qué harían si yo fuera alcalde y les pidiera apoyarme con una firma a cambio de darles cinco mil soles. Todos guardaron silencio, incluso se escucharon unas voces que, tapándose los labios con la mano, cabizbajos, dijeron: “dónde hay que firmar”. Nadie sabe si es o no corrupto hasta que vence, en el hecho, el “te ofrezco todo la riqueza del mundo si te hincas y me adoras, a lo que Jesús respondió, apártate de mí” corrupción porque sólo a la honestidad y justicia servirás. No es fácil ser honesto, pues todos llevamos impregnados aquella triada acosadora que es la causante de muchos males: Riqueza, fama y poder.
Por ello, no es que la política peruana está podrida porque así la hicieron los políticos, sino que con nuestro silencio, nuestra indiferencia y a veces, con nuestra complicidad, hemos contribuido a que la situación halla alcanzados niveles de escándalo. Por eso, la salida tiene que ser conjunta desde quienes caminan por las calles y no la ensucian, hasta el chofer que tiene todo en regla y brinda un buen servicio; desde el estudiante que se preocupa por aprender antes que por plagiar, como del obrero que no flojea en su labor; del partidario que altruistamente apuesta por el bien común y no por el bien de su bolsillo, como de aquel padre que se preocupa por el bienestar de su familia y no malgasta su dinero dejando con hambre a los suyos; del ama de casa que no deja violentar de su marido, como como de quien no discrimina a nadie por ser diferente. De lo que se trata es de ceñirnos, aunque nos cueste, al respeto a lo público, al cumplimiento del deber y las leyes, a velar por el orden en los pueblos y de tratar de enmendar a quien se quiera torcer.
De una cosa estoy totalmente seguro, los políticos no son gentes venidas de otros planetas, sino que han nacido, han caminado y comido con el pueblo y ha sido este mismo pueblo el que los ha elegido y si el pueblo no aprende de su historia, todo será un círculo vicioso donde el más sagaz, el más astuto hijo de la tiniebla seguirá metiéndose al bolsillo al hijo de la luz.